Los Rectores también Lloran
Las primeras páginas de algunos
periódicos nos sorprendían con la foto
de un hombre llorando. No es corriente, no es usual, sobre todo si las lágrimas
son de hombre, y además ese hombre tiene poder, ya sea social, económico o
político. Según se decía después en letra pequeña, las lágrimas eran la
expresión de un amor, de un compromiso de “responsabilidad”.
Se me hizo un nudo en la garganta.
Mi generación es una generación de
niños de la post-guerra a los que se les inculcó hasta la saciedad que nunca
deben llorar, porque “los hombres no
lloran”. Pero yo había visto llorar al entonces ministro de la gobernación,
Fraga Iribarne, al presidente Arias Navarro y no hace tanto, también a José
María Aznar. Ya veis que no me gusta el cuadro, y más cuando se nos dice que
las lágrimas se producen por amor,
precisamente al tener que dejar la dirección de un “lugar santo”, “descálzate porque el lugar que pisas es lugar sagrado”. Son palabras de Rector.
¡Qué torpeza la mía!, más de treinta
años en la universidad y todavía no me he descalzado. Que nadie lo tome a mal,
no ha sido por irreverente sino por ignorante. No sabía, y aún no acabo de
enterarme, el suelo que piso. ¿Captáis el mensaje?
El Rector de Murcia, José Ballesta, llora, -esta vez a lágrima viva-, al dejar el
puesto de Rector “porque mi tiempo de
silencio se acerca”. Se me hizo un nudo en la garganta, repito. Uno también
tiene su corazoncito, ¿o no?
Las lágrimas de rector no son lágrimas cualquiera, por eso me han llevado a
pensar en la reina de Tebas, que reaccionó
con un llanto desmedido e inagotable ; en Hiria que también se deshizo
en lágrimas, y sus lágrimas, formaron el lago Hiria; o en Aurora, diosa romana
del amanecer, que llora cada vez que el
sol se levanta.
Y ¿por qué lloran los rectores, si todo les fue tan
bien? ¡Ya lo tengo!: quienes no lloran han renunciado a toda esperanza de que
sus deseos se cumplan. Mientras que los que hoy lloran es que aún tienen
grandes deseos. Sin deseo no hay lágrimas.
Algunos rectores
lloran cuando tienen que dejar el sillón; pero todos tienen motivos más graves
para llorar, cuando observan:
-que la universidad camina hacia un
futuro incierto.
-que su estructura legal y
organizativa deja espacios para la impunidad.
-que
existe todavía un sistema de apadrinamiento que genera relaciones de vasallaje.
-que
predomina una concepción mercantilista de la universidad tan sólo concebida
como medio para obtener un empleo.
-donde la filosofía del éxito está
basada en la imagen.
-y donde es necesario jugarse el
tipo si se quiere ejercer la libertad de cátedra.
El llanto de los rectores está más
que justificado, al ver la universidad que dejan. Es el caso del rector de Murcia, que bien
puede llorar ahora sus errores y su propia incompetencia. La ex-rectora de la
UNED también“llora”, cuando Juan Gimeno, sale candidato con más apoyos
que ella, después de fuertes desavenencias. Y
el rector de Salamanca “llora” todos los fines de mes, porque se las
ve y se las desea para poder pagar al personal, dada la herencia recibida de su
predecesor. Todos los rectores de
alguna forma tienen motivos para llorar, por no haberse enfrentado a un sistema
que no se puede sostener.
Pero ¿de qué sirve llorar? Yo estoy convencido de que
resolveríamos los males de la universidad, si saliendo todos a la calle y
poniendo a la luz nuestras penas, nos pusiéramos en común a llorar. No basta
curar la peste, hay que saber llorarla.
Después, estaríamos en condiciones de cambiar
de arriba abajo el sistema. La LOU no lo va a hacer, porque no es una ley
progresista. Siempre les faltó a los gobiernos del PSOE valentía para arreglar
el pozo negro de la universidad. ¿Tan difícil es hacer una
ley capaz de transformar la estructura legal y organizativa de la universidad pública, donde quede
garantizada su autonomía, y capacidad de acción; al mismo tiempo, que se establecen mecanismos estrictos de rendición de cuentas?
En cualquier caso, algo debemos hacer nosotros para
consolar a quienes tienen el corazón
partío…
NOTA
NOTA
Este artículo, recobra plena
actualidad hoy, cuando el cambio de sillón en la UMU, invita al llanto.
Tribuna de EL MUNDO 7-12-2005.