Próxima estación, Lisboa
Millones de personas pegadas al televisor. Yo también. El partido Bayern Múnich-Real Madrid era impresionante y maravilloso. Pero el resultado no podía ser más triste para los germanos. Y nosotros necesitábamos aquellos goles para ir a Lisboa, y luego celebrar la victoria en Cibeles. Es una forma de sentirnos vivos, de vernos importantes por unos momentos, de enfrentarnos a la Merkel que nos hace la vida imposible, y escapar -al menos a nivel de fantasía-, de esta crisis galopante.
El fútbol espectáculo se convierte en un orgasmo colectivo que cumple la función de descargar
frustraciones.
La dueña de Europa seguirá siendo “mujer-mujer” -en palabras del ministro Gallardón- porque para ella
siempre hay orgasmo, en los mercados y en el estadio.
El partido es una metáfora de la vida. Los jugadores inician una
acción, superan una barrera y otra…, y la acción fracasa. Han de empezar de nuevo
una y otra vez, sin dejarse abatir por el fracaso. Es lo que la vida exige cada
día. En el partido como en la vida, ninguno es un jugador aislado. Todos,
necesitamos el pase justo. Y el campeón, es el que prepara la acción para los
otros. A los que nos gusta el fútbol, -en mi caso sin ser fan de ningún equipo-, disfrutamos de ver la mejor estrategia para
dominar, marear, seducir, derrotar..., siempre con buen juego, claro.
El Partido, -dejando a un lado los aspectos económicos que precisan una
intervención de este gobierno que sólo se atreve con los débiles-, puede ser
una fuente de enseñanza de habilidades y valores, para responder a los desafíos
de la vida diaria.
Nos vemos en Lisboa, tomando un Oporto, y observando el fenómeno de masas desde la Praça do Rossio.