sábado, 13 de septiembre de 2008

BARAJAS Y EL JUEZ GARZÓN

¡Bien podemos atarnos los machos ante la Muerte en Barajas, y actuar con total transparencia porque el tema traerá cola. No hablo de la utilización política que pueda hacerse del hecho, ni de los intereses económicos que hay en juego, sino del Retorno de los Muertos. Me estoy refiriendo a una persecución psicológica ante la que no es posible escapar. La víctima de muerte violenta, no quiere estar muerta, y retorna amenazante una y otra vez. Sepa el lector, que no son invenciones mágicas o cuentos chinos, sino algo que tiene lugar en el mundo interno de toda persona que de alguna manera pudo evitar esas muertes.
En la literatura, en el cine, y el arte en general, aparece el fenómeno de forma persistente y reiterativa: Antígona con su insistencia en una demanda incondicional: el entierro apropiado de su hermano; el padre de Hamlet, que vuelve de la tumba con la demanda de que el príncipe vengue su muerte; hasta los acontecimientos traumáticos relacionados con lo que hemos dado en llamar la Memoria histórica. Las sombras de las víctimas, continúan persiguiéndonos como muertos-vivos.
A lo largo de mi vida profesional he conversado con personas que habían matado, o bien eran responsables de muertes. El fantasma, me contaban, alcanza dimensiones gigantescas; y necesitan de una manera apremiante, hacer algo para aplacar al muerto, que no está bien enterrado. El retorno de los muertos materializa una deuda simbólica que subsiste más allá de la muerte física. Sólo cuando tenga lugar el reconocimiento de la deuda impagada, podrá haber sosiego. Al parecer el juez Garzón con su actuación en los desaparecidos de la guerra civil, ha entendido el tema, y quiere poner fin a esta persecución psicológica que los españoles viven ya durante setenta años. Si no haces justicia a los muertos, ellos te perseguirán hasta el fin de tus días.
En el caso de Barajas, enterrar bien a los muertos exige: investigar lo sucedido, llevar a cabo un juicio justo, y poner nombre a las víctimas y a sus “autores”. Estamos ante un caso de muerte violenta, aunque haya sido causada de forma involuntaria. Pudo evitarse, y como la culpa es tan grande que se hace insoportable, todos se apresuran a proyectarla en el otro; se trata de un mecanismo de defensa (la proyección) muy primario que constituye todo un síntoma de psicopatología.
Me parece una estupidez lo que algunos vividores dicen: que no se debe pensar en la muerte; además, de ser un intento vano. La muerte expulsada sistemáticamente de la sociedad, nos entra por la ventana; y en Atocha antes, y en Barajas ahora, se sitúa en la plaza mayor del reino. En ambos casos, no cabe mayor sorpresa.
Acabamos las vacaciones con el agudo escalofrío que nos sigue produciendo el acontecimiento de Barajas, y con una asignatura pendiente: elaborar la muerte. Es un trabajo que se le ofrece tanto al que va a morir como al que sigue viviendo. Un trabajo inabarcable o imposible a veces. No sé muy bien lo que hacen los psicólogos expertos en catástrofes, para ayudar a la gente a morir en unos casos, y a superar el duelo en otros; pero es muy elocuente que algunos afectados hayan rechazado su ayuda “¿Qué les digo, qué les digo”, me preguntaba un colega. “Nada”, le respondí. Escúchalos, y después, si te lo piden, ayúdales a que integren la muerte como parte de la vida. Si no es así, déjalos en paz. Ellos sabrán encontrar sentido a su tragedia. La presencia de un amigo es más eficaz, en muchos casos, que todos los psicólogos.
Pero, ¿qué ocurre después?, ¿hay algo más?, preguntan con insistencia ¿A mí me lo preguntas? Yo no espero nada de quienes, en su ignorancia, dicen saberlo. Pero cuando de pronto oigas pasar una invisible compañía, no lamentes tu suerte, y escucha con emoción la música perenne y exquisita ¿Qué más quieres que haber vivido y ayudado a vivir?