viernes, 29 de octubre de 2010

LA HYBRIS DE LOS POLÍTICOS

El término hybris, derivado de una antigua palabra griega, define la arrogancia y el desprecio por las opiniones de los demás que aqueja a quienes tienen poder. Se trata de un síndrome que afecta a muchos políticos. Pero no es una enfermedad sólo de políticos, sino de quienes tienen poder. Este síndrome está causando un montón de problemas en todo el mundo. Precisamente, la crisis global financiera tuvo en su origen mucha hybris. Hasta un análisis superficial de los líderes de algunos de los grandes bancos que se desmoronaron, o de los líderes políticos que intervinieron, pone de manifiesto que la hybris subyace a todo. Normalmente el patrón lo marca el jefe ejecutivo, pero puede extenderse desde el mando hacia toda la compañía, de forma que se observa hybris colectivo.

Los investigadores británicos son quienes mejor han explorado las enfermedades de los dirigentes, y concretamente la hybris, término acuñado por el profesor Owen. La gente también sabe de su existencia, cuando dice: "a ese se le ha subido el cargo a la cabeza" o "no hay quien le diga nada”. Hay un desorden narcisista de la personalidad de cuyo espectro es posible que el síndrome de hybris forme parte. Por eso es necesaria la alternancia en el poder. Ocho años son más que suficientes para estar en el cargo.

Señalaré dos casos no comparables, pero en alguna medida víctimas de hybris: El presidente del Gobierno y el Alcalde de Murcia. El presidente del Gobierno recibió un enorme respeto público cuando accedió al cargo, asumiendo las opiniones de la gente, y muy concretamente sobre la Guerra de Irak. Pero después ha respondido a multitud de problemas de forma hybrística y emocional. Cometió un error de juicio con la crisis económica. Intentaba fingir que no había problema, y la gente ahora no se fía. El sentimiento de impotencia y la desesperanza se lo debemos al “hybris” de Zapatero. Han tenido que intervenir los “barones” del partido para que haga caso a alguien ¡Ojalá no sea demasiado tarde!

El Alcalde de Murcia es una víctima en estado grave de esta enfermedad. Intentó disimular cuando el juez imputaba a la cúpula del Urbanismo, en el problema de las Nuevas Condominas, el Real Murcia, el Tranvía etc., y cometió un error de juicio necio cuando la movilización ciudadana de San Esteban. La actitud hibrística de Miguel Angel Cámara le lleva a perderse en los momentos en que hay que dar explicaciones y estar con la gente. El presidente Valcárcel, con mejor olfato político, ha tenido que estar al quite, dejando en ocasiones al alcalde fuera de juego. La gente ya no se fía del alcalde, en este momento bajo mínimos.

Son muchos los poderosos afectados por esta enfermedad. Los hombres de las finanzas, políticos o altos ejecutivos, con una actividad frenética y a la vez cargada de responsabilidades en conflicto, suelen padecer en algunos casos hybris. Es necesario, por tanto, alertar a tiempo, establecer bien el síndrome, y tomar medidas. El líder todopoderoso, el que lo sabe todo, el que no se rebaja a consultar con nadie ni a informarse es el que va a cometer más errores.

En estos casos no hay que buscar exculpaciones a su comportamiento. Si ocupan un cargo hay que juzgarlos con los criterios más estrictos. No hay ninguna obligación de presentarse a un cargo democrático, pero quien lo hace, tiene que actuar con la mayor transparencia.

domingo, 17 de octubre de 2010

LOS JUEGOS DE LOS MURCIANOS

ARTÍCULO DE MANOLO ESTEBAN

Ya he saludado en mi vida varias décadas, con uvas y sin ellas, y he tenido que pasar, a veces bruscamente, de lo más primario a lo más elaborado. He de reconocer que ambas dimensiones tienen algún encanto, algo por descubrir.

A mi regreso a Murcia, tras una prolongada estancia en la ciudad de las luces, me volví a encontrar con lo primario en el más genuino sentido del término. Me volvía a mi infancia en la que recordaba juegos que, a falta de tecnologías, inventábamos de manera muy directa y primaria. Recuerdo que jugábamos con pelotas de trapo y papeles enrollados; con chapas de botellas, recortes de cajas de cerillas o viejos y desgastados tacones desprendidos de nuestros propios zapatos cuando los había.

Otra línea más creativa eran los juegos de aventuras. Siempre con un tanto de riesgo para la integridad porque la sola seguridad de entonces era la pobreza, todo tipo de pobreza. Las cucañas sobre el río daban con los huesos de los jugadores en el agua cuando no en alguna ciénaga tras la persecución de un pollo medio muerto y seco; los saltos cada vez de mayor altura en las acequias no siempre terminaban felizmente; desde luego, lo de imitar a los animales, los más animales, a veces con una perfección superior a la de los propietarios de tales atributos, rebuznar, saltar como canguros, gritar como chorlitos, comer avaramente todo tipo de fruto del campo o huerto, conocido o no, entretenía nuestros ocios vacíos de mayores aspiraciones y nos unía más directamente con una naturaleza agreste, primaria y conformista.

Recuerdo otro juego que, décadas después, me lo recuerdan las actitudes y comentarios de los “prohombres” murcianos. Se trataba de intentar, en medio de una “melé” provocada colocar a otro de los jugadores alguna pieza de algo, mejor cuanto más desagradable o maloliente, y que él debía descubrirse en sí mismo y endosar a otro sin que éste lo percibiera. Todo este juego –un poco zafio- se hacía al grito casi unánime de ¡“burrico caliente que lleva la peste y no la siente”!. Siempre perdían quienes eran incapaces de descubrirse su propia carga.

Hay que reconocer que las tradiciones murcianas y sus juegos han evolucionado con el paso del tiempo y adaptado a nuevas formas y condiciones.

Al término de la cucaña ya no pende un pollo medio muerto sino ¡un jamón! a veces hasta ibérico del Pozo; Los agujeros que llamábamos “guás” que servían para nuestros juegos de canicas ya se han sustitudo con la tecnología por pozos de los que aflora agua- caramba ¡qué sorpresa!, sin que tenga que pasar por el fielato de los regantes; Ya no se imita a cualquier animal en los juegos de fiestas populares; se ha reservado este arte para imitar sólo a los burros, especie noble y callada en vías de extinción y que gracias a estos torneos se asegura su existencia vicaria en los más destacados artistas populares murcianos con apoyo de sus ayuntamientos o consejerías. ¡Qué refinamiento! El mismo que ha sustituido el lanzamiento de piedras y otros objetos apuntando a botellas vacías que después los palestinos trasladaron a su guerra con los vecinos agresores israelíes en sus “intifadas” por lanzamiento de huesos de oliva. Ciertamente este refinamiento será merecedor en un futuro del reconocimiento de “juego olímpico” una vez practicado por el alcalde Cámara, otros políticos y haber sido apoyado para que sus promotores lo presenten , con la sorpresa global, en Pekín e incluso en Nueva York donde la medición de la fuerza se tuvo que hacer hacia arriba por razones obvias apoyados en la pared del “Empire State Building”. Asimismo, se ha procurado un entorno más civilizado y culto a los entretenimientos rurales en las fiestas de comilonas y bebida abundante. El Bando de la Huerta, el Entierro de la Sardina procura el entorno fino, urbano y civilizado para que todo eso pueda suceder de manera socialmente encomiable y segura mediante la previsión de los medios como ambulancias, policías, limpieza rápida aunque costosa para que no se pierdan ocios y entretenimientos tan propios y se les genera a los jóvenes entornos alternativos al botellón.

Pero me pregunto ¿cuál ha sido la réplica culta y moderna del “burrico caliente”?

He aquí que leyendo la prensa regional reconozco “un burrico caliente” -o varios pues abundan-. El presidente de los empresarios, señor del Toro, lamenta el posible daño que puede hacer a la Región el conocimiento de hechos presuntamente delictivos en la Gerencia de Urbanismo y próximos al Ayuntamiento. ¡Siempre es igual!, se lamenta este buen patrón de empresarios, con sana intención que le reconozco. Mejor ignorar “la peste” entre nuestros compañeros de equipo, ciudad, negocio o cualquier cosa. El progreso ,–sobre todo el que llega en globo desde Paramount, no puede frustrarse por mostrar imprudentemente unos “delitos de nada” que vaya usted a saber si se pueden probar. (¡Este gobierno de España”!) :Mejor esconder la “peste”.

Este último refinamiente es muy peligroso. Siempre se pierde.

martes, 12 de octubre de 2010

¿SEÑORITA O SEÑORA?

Las ministras de Zapatero han tachado de machista a Guerra, por haber llamado a Trinidad Jiménez “señorita”. “Señorita Trini”, dijo el diputado más erudito y mordaz del Hemiciclo, cuando quiso referirse al ganador de las primarias del PSOE.

Pero, ¿no fue Tomás quién gano? No, no; ganó también “la Trini”, “la Pagín” y Zapatero. Alfonso Guerra no comprende que en una competición puedan ganar todos, incluidos los perdedores; ¡el Alzheimer está cometiendo estragos en los políticos de la transición! Y ahora, Alfonso ha pasado de ser el compañero más ingenioso y capaz, a estar en el banquillo acusado de machismo. Bibiana Aído, Leire Pagín, De la Vega, Beatriz Corredor…, se han despachado a gusto, calificando el trato de “señorita” como una vuelta a la moral de la Enciclopedia Álvarez ¡Se han pasado las ministras!

¿Qué término es el adecuado para referirse a una mujer? ¿Y si es ministra? A mí me gusta el de “señora”. La Señora”, ¡qué bien queda! Pero no está tan claro, porque te pueden decir, como me ha ocurrido a mí: “señora no, señorita”. Muchas mujeres quieren que les llamen “señorita”. Y Alfonso Guerra, que sabe latín, para meterse con Zapatero, llama “señorita” a Trinidad Jiménez. Tomás Gómez es el currante, que con mucho esfuerzo ha organizado el partido. Y Trini es la señorita, que cuando todo está a punto, llega (la muy señorita), y dice que el puesto es para ella, porque es voluntad del jefe.

¡Y si llevara razón Guerra en este caso, con la expresión desafortunada de señorita! No lo creo, porque se trata de una mujer madura, culta y con poder. Y ¿cómo llamar a Leire Pagín o a la ministra Aído?, ¿ilustrísima, camarada, señora, excelencia, moza, tía, compañera...? El nombre, precedido de “doña” o de “tía” es lo que me gusta a mí. Lo aprendí de mi abuela: tía Carmen, tía Lola, tía María…, expresan ternura, cercanía y respeto, mientras “señoría”, “alteza” o “excelencia”, revelan, con frecuencia, hostilidad, desprecio o sorna.

Guerra ha cometido una falta: llamar señorita a una ministra, y además con retintín. Por favor, señorita no, señora. Lo de señorita hay que eliminarlo en el trato con la mujer, con cualquier mujer, aunque sea ministra. El mensaje que se transmite con señorita, es siempre despectivo.