lunes, 25 de abril de 2016

El Cerebro de un Piloto de F18


Cuando un piloto de F18 aprieta el botón rojo marcado con las cuatro letras FIRE, se considera a sí mismo como el último elemento de una cadena de mando-planificación-ejecución en la que él se limita a realizar de forma eficaz "su trabajo". Le han enseñado a controlar las emociones porque pueden interferir en la eficacia de su actuación; y una vez en tierra se cuidará de que las imágenes de su ataque no tengan significado emocional alguno, se trata de simples fotografías recordadas como los "resultados de su trabajo" y a las que etiquetará poniendo de manifiesto la calidad del mismo. El piloto está convencido de que es un instrumento de la cadena de acciones de combate en la que los auténticos responsables están más arriba; necesita interiormente desplazar la responsabilidad de la acción agresiva a la cadena de mando de la que ha surgido la orden, una cadena de mando tan dilatada y tan amplia que la responsabilidad de la orden queda parcialmente diluida a lo largo de ella. Está tranquilo, debe estarlo para desarrollar a la perfección una labor tan "exquisitamente delicada", y que transcurre a una velocidad que no podemos ni siquiera imaginar, en décimas de segundo. 
El único pensamiento es destruir el objetivo, destruir al enemigo, cumplir la misión. Y para ello lleva dos máquinas: 1) una el avión, un diseño de alta tecnología que paradójicamente permite ver el mundo al revés; y 2) dos, un cerebro construido "a prueba de bombas" para en el aire ser frío y eficaz; él sólo cumple órdenes y se limita a batir al enemigo. 

El piloto ha sido entrenado para conocer y mantener una relación muy íntima con su avión. Se trata de un vínculo que llega más allá del tradicional soldado-fusil; el avión no es sólo el arma con la que atacar al enemigo, es también el que le mantiene vivo en el aire. La vida del piloto depende de su avión y esa dependencia expresa especialmente la relación existente entre ambos; esa vinculación extrema o "matrimonio simbiótico" marca una actuación especial, una prolongación hombre-máquina donde cada deseo del piloto tiene su réplica en un movimiento del avión. Estas circunstancias hacen que los preparadores de los pilotos tomen muy en serio las pruebas de selección en función de determinados perfiles de personalidad y la presencia de capacidades específicas. Han de tener un nivel alto de estabilidad emocional, alta motivación de logro, habilidad espacial, baja ansiedad ante la muerte, rapidez en la toma decisiones, alta necesidad de adhesión que se consigue gracias a la estructura jerárquica del mando, y una mente fría que no mide las consecuencias de sus actos. 

La selección y el entrenamiento de los pilotos de combate
suelen ser muy duros. Se les enseña a considerar todos y cada uno de los detalles para utilizar "su máquina" hasta una precisión milimétrica, la perfección en la destrucción del objetivo; y de forma muy sutil se les inculca también el odio al enemigo, la necesidad ideológica de contribuir a los "intereses nacionales", la cooperación y dependencia con los compañeros de armas, y la posibilidad de ofrendar una porción de la propia individualidad. Un piloto en combate tiene la posibilidad de satisfacer estas necesidades particulares que han sido fomentadas y desarrolladas, por lo que resulta gratificante para muchos el hecho de salir a bombardear Trípoli; ellos llevan muchas veces un sobrenombre que les identifica con animales agresivos, p.ej. Cobra 1, Leopardo 4..., que también aparecen reflejados en sus cascos. 
 
Por otro lado, están entrenados para tener gran confianza en sí mismos y en sus compañeros, hasta el punto de que si alguno cae tiene la plena seguridad de que será rescatado. Esto les hace pensar que son invencibles; en el cerebro de un piloto de F18, qué duda cabe, hay cierta dosis de megalomanía. 
Después, cuando se desarrolla la conciencia, los pilotos que han intervenido en los bombardeos y han visto los efectos de su acción, que son muy jóvenes y tienen una formación muy variada y rigurosa, pero que ven con sus propios ojos imágenes a las que en un principio no dieron significado emocional alguno, pueden después vivir con cuadros clínicos por algo tan "normal" e "inocente" como es el desempeño de su ejercicio profesional: destruir el objetivo, destruir al enemigo, cumplir la misión.
 P.D. Escribí este artículo para la Revista Tiempo.
 Me  pregunta el periodista en una larga entrevista: ¿Qué le gustaría ser de mayor? Piloto de Aviación, le digo.
Algún día contaré algunas experiencias en el Aire. Una vez viajé en la cabina del piloto de un Avión de Iberia, desde Madrid a la Habana. Con motivo de un proyecto de investigación  sobre el estrés, se me concedió ese privilegio.
Hoy sería impensable, después de lo ocurrido con el coopiloto alemán.

domingo, 24 de abril de 2016



SEÑORITA NO, SEÑORA
Las ministras de Zapatero, tacharon  de machista a Guerra, por haber llamado a Trinidad Jiménez “señorita”. “Señorita Trini”, dijo el diputado más erudito y mordaz del Hemiciclo, cuando quiso referirse al ganador de las primarias del PSOE.

Pero, ¿no fue otro el que ganó? No, no; ganó también “la Trini”. Alfonso Guerra no comprendía que en una competición puedan ganar todos ¡El Alzheimer está cometiendo estragos en los políticos de la transición! Y Alfonso ha pasado de ser el compañero más ingenioso y capaz, a estar en el banquillo, acusado de machismo. Varias ministras, se despacharon a gusto, calificando el trato de “señorita” como una vuelta a la moral de la Enciclopedia Álvarez. 

¿Qué término es el adecuado para referirse a una mujer? ¿Y si es ministra? A mí me gusta el de “señora”. “La Señora”, ¡qué bien queda! Pero no está tan claro, porque te pueden decir, como me ha ocurrido a mí: “señora no, señorita”. Muchas mujeres quieren que les llamen “señorita”. Tomás Gómez es el currante, que con mucho esfuerzo había organizado el partido. Y Trini es la señorita, que cuando todo está a punto, llega, (la muy señorita), y dice que el puesto es para ella.

¡Y si llevara razón Guerra, con la expresión desafortunada de señorita! No lo creo, porque se trata de una mujer madura, culta y con poder. Pero cómo llamarle, ¿ilustrísima, señora, excelencia, moza, tía, compañera...? El nombre, precedido de “doña” o de “tía” es lo que me gusta a mí. Lo aprendí de mi abuela: tía Carmen, tía Lola, tía María…, expresan ternura, cercanía y respeto, mientras “señoría”, “alteza” o “excelencia”, revelan, con frecuencia, hostilidad, desprecio o sorna. 

Guerra cometió una falta: llamar señorita a una ministra, y además con retintín. Por favor, señorita no, señora. Lo de señorita hay que eliminarlo en el trato con la mujer, con cualquier mujer, aunque sea ministra. El mensaje que se transmite con “señorita”, es siempre despectivo.  

viernes, 22 de abril de 2016



EL TRIUNFO DE LOS MEDIOCRES

Con frecuencia, en el círculo íntimo de las personas que tienen poder se ven personajes mediocres o realmente insignificantes. La técnica con la que estas personas hacen carrera  puede observarse muy bien en la Universidad. Es el caso del ayudante que científicamente no vale mucho,  pero es servil, obedece rápidamente, y dice siempre que sí. El “barón universitario” se acostumbra a verlo a su alrededor, a darle las tareas más desagradables, y poco a poco ya no puede prescindir de él. Lo recompensará más tarde con un carguito, con subvenciones, con una  cátedra, haciendo que pase por encima de otros con más méritos…

 Siempre hay alrededor del poderoso, del candidato, numerosos postulantes.  Están a su alrededor, pacientes, insistentes. Un día el Candidato a Jefe, se encuentra con dificultades, necesita ayuda y se dirige a uno de ellos. Éste no pide nada, está disponible, haría cualquier cosa que se le pidiera. Así empieza la relación. El poderoso, no lo estima, no lo aprecia, lo utiliza.

Pero puede haber también otras razones: hay poderosos y/o candidatos, que tienen miedo a integrar su círculo más íntimo con personas demasiado inteligentes o demasiado autónomas. Unos porque son autoritarios y no quieren que les contradigan. Otros porque son megalómanos y desean sentirse admirados. Y en otros casos, simplemente por pereza. No quieren discutir y volver a discutir los problemas; es más descansado, más cómodo, estar rodeado de mediocres.

Muchos de estos aspirantes están preocupados solamente por su puesto. Cuidan mucho de no contradecir a su señor ¡Y no veas el impacto que tiene la función de estos mediocres, trepas o aprovechados! Y lo más grave, la propia institución queda atravesada por la mediocridad.

Mediocre es una institución donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no robada impunemente-  y la independencia sancionada.

Mediocre es una institución que permite, fomenta y celebra el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.

Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los primeros en ser ascendidos, los que más se hacen escuchar y a los que votamos, sin importar lo que hagan.