El Cerebro de un Piloto de F18
Cuando
un piloto de F18 aprieta el botón rojo marcado con las cuatro letras
FIRE, se considera a sí mismo como el último elemento de una cadena de
mando-planificación-ejecución en la que él se limita a realizar de forma
eficaz "su trabajo". Le han enseñado a controlar las emociones porque
pueden interferir en la eficacia de su actuación; y una vez en tierra
se cuidará de que las imágenes de su ataque no tengan significado
emocional alguno, se trata de simples fotografías recordadas como los
"resultados de su trabajo" y a las que etiquetará poniendo de manifiesto
la calidad del mismo. El piloto está convencido de que es un
instrumento de la cadena de acciones de combate en la que los auténticos
responsables están más arriba; necesita interiormente desplazar la
responsabilidad de la acción agresiva a la cadena de mando de la que ha
surgido la orden, una cadena de mando tan dilatada y tan amplia que la
responsabilidad de la orden queda parcialmente diluida a lo largo de
ella. Está tranquilo, debe estarlo para desarrollar a la perfección una
labor tan "exquisitamente delicada", y que transcurre a una velocidad
que no podemos ni siquiera imaginar, en décimas de segundo.
El
único pensamiento es destruir el objetivo, destruir al enemigo,
cumplir la misión. Y para ello lleva dos máquinas: 1) una el avión, un
diseño de alta tecnología que paradójicamente permite ver el mundo al
revés; y 2) dos, un cerebro construido "a prueba de bombas" para en el
aire ser frío y eficaz; él sólo cumple órdenes y se limita a batir al
enemigo.
El
piloto ha sido entrenado para conocer y mantener una relación muy
íntima con su avión. Se trata de un vínculo que llega más allá del
tradicional soldado-fusil; el avión no es sólo el arma con la que atacar
al enemigo, es también el que le mantiene vivo en el aire. La vida del
piloto depende de su avión y esa dependencia expresa especialmente la
relación existente entre ambos; esa vinculación extrema o "matrimonio
simbiótico" marca una actuación especial, una prolongación
hombre-máquina donde cada deseo del piloto tiene su réplica en un
movimiento del avión. Estas circunstancias hacen que los preparadores de
los pilotos tomen muy en serio las pruebas de selección en función de
determinados perfiles de personalidad y la presencia de capacidades
específicas. Han de tener un nivel alto de estabilidad emocional, alta
motivación de logro, habilidad espacial, baja ansiedad ante la muerte,
rapidez en la toma decisiones, alta necesidad de adhesión que se
consigue gracias a la estructura jerárquica del mando, y una mente fría
que no mide las consecuencias de sus actos.
La selección y el entrenamiento de los pilotos de combate
suelen ser muy duros. Se les enseña a considerar todos y cada uno de los detalles para utilizar "su máquina" hasta una precisión milimétrica, la perfección en la destrucción del objetivo; y de forma muy sutil se les inculca también el odio al enemigo, la necesidad ideológica de contribuir a los "intereses nacionales", la cooperación y dependencia con los compañeros de armas, y la posibilidad de ofrendar una porción de la propia individualidad. Un piloto en combate tiene la posibilidad de satisfacer estas necesidades particulares que han sido fomentadas y desarrolladas, por lo que resulta gratificante para muchos el hecho de salir a bombardear Trípoli; ellos llevan muchas veces un sobrenombre que les identifica con animales agresivos, p.ej. Cobra 1, Leopardo 4..., que también aparecen reflejados en sus cascos.
suelen ser muy duros. Se les enseña a considerar todos y cada uno de los detalles para utilizar "su máquina" hasta una precisión milimétrica, la perfección en la destrucción del objetivo; y de forma muy sutil se les inculca también el odio al enemigo, la necesidad ideológica de contribuir a los "intereses nacionales", la cooperación y dependencia con los compañeros de armas, y la posibilidad de ofrendar una porción de la propia individualidad. Un piloto en combate tiene la posibilidad de satisfacer estas necesidades particulares que han sido fomentadas y desarrolladas, por lo que resulta gratificante para muchos el hecho de salir a bombardear Trípoli; ellos llevan muchas veces un sobrenombre que les identifica con animales agresivos, p.ej. Cobra 1, Leopardo 4..., que también aparecen reflejados en sus cascos.
Por
otro lado, están entrenados para tener gran confianza en sí mismos y
en sus compañeros, hasta el punto de que si alguno cae tiene la plena
seguridad de que será rescatado. Esto les hace pensar que son invencibles; en el cerebro de un piloto de F18, qué duda cabe, hay cierta dosis de megalomanía.
Después,
cuando se desarrolla la conciencia, los pilotos que han intervenido en
los bombardeos y han visto los efectos de su acción, que son muy
jóvenes y tienen una formación muy variada y rigurosa, pero que ven con
sus propios ojos imágenes a las que en un principio no dieron
significado emocional alguno, pueden después vivir con cuadros
clínicos por algo tan "normal" e "inocente" como es el desempeño de su
ejercicio profesional: destruir el objetivo, destruir al enemigo, cumplir la misión.
P.D. Escribí este artículo para la Revista Tiempo.Me pregunta el periodista en una larga entrevista: ¿Qué le gustaría ser de mayor? Piloto de Aviación, le digo.
Algún día contaré algunas experiencias en el Aire. Una vez viajé en la cabina del piloto de un Avión de Iberia, desde Madrid a la Habana. Con motivo de un proyecto de investigación sobre el estrés, se me concedió ese privilegio.
Hoy sería impensable, después de lo ocurrido con el coopiloto alemán.