viernes, 22 de abril de 2016



EL TRIUNFO DE LOS MEDIOCRES

Con frecuencia, en el círculo íntimo de las personas que tienen poder se ven personajes mediocres o realmente insignificantes. La técnica con la que estas personas hacen carrera  puede observarse muy bien en la Universidad. Es el caso del ayudante que científicamente no vale mucho,  pero es servil, obedece rápidamente, y dice siempre que sí. El “barón universitario” se acostumbra a verlo a su alrededor, a darle las tareas más desagradables, y poco a poco ya no puede prescindir de él. Lo recompensará más tarde con un carguito, con subvenciones, con una  cátedra, haciendo que pase por encima de otros con más méritos…

 Siempre hay alrededor del poderoso, del candidato, numerosos postulantes.  Están a su alrededor, pacientes, insistentes. Un día el Candidato a Jefe, se encuentra con dificultades, necesita ayuda y se dirige a uno de ellos. Éste no pide nada, está disponible, haría cualquier cosa que se le pidiera. Así empieza la relación. El poderoso, no lo estima, no lo aprecia, lo utiliza.

Pero puede haber también otras razones: hay poderosos y/o candidatos, que tienen miedo a integrar su círculo más íntimo con personas demasiado inteligentes o demasiado autónomas. Unos porque son autoritarios y no quieren que les contradigan. Otros porque son megalómanos y desean sentirse admirados. Y en otros casos, simplemente por pereza. No quieren discutir y volver a discutir los problemas; es más descansado, más cómodo, estar rodeado de mediocres.

Muchos de estos aspirantes están preocupados solamente por su puesto. Cuidan mucho de no contradecir a su señor ¡Y no veas el impacto que tiene la función de estos mediocres, trepas o aprovechados! Y lo más grave, la propia institución queda atravesada por la mediocridad.

Mediocre es una institución donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no robada impunemente-  y la independencia sancionada.

Mediocre es una institución que permite, fomenta y celebra el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.

Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los primeros en ser ascendidos, los que más se hacen escuchar y a los que votamos, sin importar lo que hagan.