lunes, 23 de junio de 2014

VIEJOS


No corren buenos tiempos para ser viejo. Y no me refiero sólo al tema de las pensiones y a la preocupación por la crisis económica, sino a las condiciones de vida. Los avances científicos han conseguido que ahora vivamos más años. En Europa, hasta hace pocas décadas se calificaba de viejos a los que cumplían cuarenta años; los cuarenta eran la meta que se proponían personas como Rousseau para retirarse y morir; y Dostoievski pensaba que era vulgar vivir más de cuarenta años; mientras que Goethe y Shakespeare, por su parte, consideraban inmoral amar o cantar después de los treinta años. En 1900 la vejez comenzaba sobre los cincuenta, y en 2011, -me atrevo a decir-, no empieza hasta los setenta y cinco. 

Vivimos más, pero a veces en malas condiciones. La sociedad no está preparada para este aluvión de ancianos con frecuencia incapaces de valerse por sí mismos. Esta realidad nos ha cogido desprovistos de una red de servicios adecuada, al mismo tiempo que la investigación es escasa y en ocasiones carente de rigor.

La familia que antes se hacía cargo de sus mayores, prácticamente ya no existe, lo cual quiere decir que nos encaminamos hacia una vejez solitaria, sin la presencia de cuidadores consanguíneos. Las residencias son escandalosamente insuficientes y los programas de intervención, cuando existen, adolecen de improvisación, superficialidad o desconsideración.

Son todavía demasiados los que no miran a los ancianos, porque ni siquiera los ven. La mayoría de las personas viven de espaldas a los problemas de los viejos. Toda la familia, con frecuencia, se hace cómplice: al abuelo se le trata con una benevolencia irónica, hasta que se le convence para que ceda la gestión y/o propiedad de sus bienes, precisamente cuando ser viejo hoy es muy caro, y el hecho de tener o no tener dinero determina que la vejez pueda ser una etapa protegida, o condenada a la soledad y el abandono. De este abandono que afecta a miles de ancianos en nuestro país, nadie habla, es un secreto vergonzoso. ¿Hay algo más triste que ser viejo y pobre?

Aquellos a los que aún no se les considera viejos tienen que darse cuenta de lo que les espera si dejan que las cosas sigan igual. Deberían saber que su futuro está comprometido y reaccionar antes que sea demasiado tarde. Muy pronto, la realidad se impondrá a nuestros prejuicios, reclamando medidas drásticas, y dejando al descubierto el carácter embaucador de ciertas proclamas que contribuyen a esa vejez deshumanizada.

Es urgente prepararse para el futuro. Yo reclamo la complicidad de los lectores para que la vejez deje de ser antesala de la muerte y se convierta en una etapa de la vida.