jueves, 29 de abril de 2010

TIPOS DE JÓVENES

Si pudiera pedir algo, daría orden de que nunca se fotografiaran estas tres cosas: amar, rezar y morir. Las tres constituyen una reserva de lo más íntimo del individuo humano. Pero claro, los creadores de los programas Gran Hermano y Operación Triunfo no piensan así, y han diseñado dos modelos generacionales de jóvenes de cristal, transparentes, desnudos.

Los de Operación Triunfo, son admirables, tienen una capacidad de aguante extraordinaria, son creativos, solidarios, curiosos y sobre todo sentimentales. Se trata de chicos y chicas de clase media, que viven con sus padres pero que están a punto de encontrar su primer trabajo. Una juventud con ganas de superarse, que viste con ropa progre y que no se cansan de inscribirse en cursos de formación.

Por otro lado, los de Gran Hermano, son egoístas, comodones, injustos a sabiendas. Crean un ambiente golferas, aburrido e inaguantable. Caminan buscando no encontrar trabajo, y esperan que llegue el fin de semana para entrar en trance en interminables sesiones de copas, que acaban con frecuencia en el jakuccy. Son chicos ya maduritos, sin gracia alguna para la conversación y la convivencia.

Estas son las dos mitades en que se divide la juventud actual. Unos vestidos con baquero pero elegante, educados, modernos y entregados a la trampa del éxito y del consumo; y los otros ociosos, promiscuos, arruinados a los veintitantos años, abandonados a los chismes y marujeos para poder ocupar un puesto en los espacios del corazón. Estos programas de televisión , ( han proliferado mucho), que se nutren de fechorías de los famosos de Gran Hermano, llevarán a la gente a estados de imbecilidad inimaginables. Si seguimos así, la gente no morirá de una bomba, se morirá de risa y de banalidad.

Lo de Operación Triunfo es un sueño rosa, que alguna vez se alcanza, como la lotería, si se trata de un Bisbal, por ejemplo. Y lo de Gran Hermano es un sueño turbio y perturbado que sólo produce vacío, enredo y frivolidad. Se trata de dos programas de televisión con el objetivo de ganar dinero, no de ayudar socialmente a nadie. La presencia de notables profesionales como la periodista Mercedes Milá o los psicólogos García Huete y Espinosa no cambian en nada el objetivo del programa. Ellos también tienen precio.

Hacen falta otros jóvenes, -también los hay-, preparados para trabajar, dotados de motivación, con sueños realizables, metas alcanzables y disparados hacia el futuro, porque la principal necesidad que ha quedado frustrada es la necesidad de sentido.
Si yo pudiera, daría orden de que nunca se televisen estas tres cosas: amar, rezar y morir.