viernes, 2 de enero de 2009

Que la detengan, que es una mentirosa

La Ciudad de Dios ha sido galardonada en el Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana con el premio Glauber Rocha que otorga la prensa extranjera. Al elegir a la Ciudad de Dios de Fernando Meirelles para el premio, fueron valorados los méritos del filme inspirado en una novela de Paulo Lins, basado en una investigación profunda sobre una realidad violenta y estremecedora en Río de Janeiro. Narra la vida de un chico demasiado sensible para ser criminal, a pesar del ambiente de violencia que le rodea, y descubre que puede ver la realidad desde un punto de vista diferente a través del arte.
También se tuvo en cuenta el dinámico ritmo de la narración cinematográfica en esta película, la excelente fotografía y dirección de actores, que en su mayoría fueron elegidos entre los habitantes de la propia favela. Pero el impacto que produce la película radica en el problema de la marginalidad infantil y juvenil. La Ciudad de Dios trata esta realidad social con autenticidad y un alto nivel artístico.

A mi vuelta de la Habana, ojeo los periódicos, y me llama la atención uno de los titulares: “vecinos de Espinardo viven atemorizados por una banda de niños de 5 a 7 años”. Y recuerdo la Ciudad de Dios y a su protagonista, a quien todos empujaban para ser un criminal, pero él se convierte en un chico excelente. La secretaria sectorial del Menor trae a mi memoria una peligrosa ideología que ha tenido efectos muy graves en la historia reciente de Europa. Ella continua hablando como hace cuarenta años, cuando no existía ley del menor. El cura de Espinardo habla de los daños que los niños de 5 a 7 años producen en sus locales “con los cristales rotos”, y algunos feligreses abandonan el barrio para vivir tranquilos.

El comportamiento de estos niños y adolescentes que están en boca de todos como protagonistas de una violencia feroz sólo puede explicarse a través de una patología social. Los niños de 5 a 7 años de un barrio de Espinardo y los adolescentes de los demás barrios, se han convertido en un tema de urgencia; y los problemas que plantean no reciben la atención que merecen. Mientras tanto, los padres, los educadores y el cura del pueblo están fuera de juego. Y nuestros políticos buscan falsas o erróneas soluciones a un problema que requiere atención prioritaria.

Tal vez muchos sigan empeñados en culparles por su comportamiento anormal o patológico, cuando ellos son las víctimas de un malestar social y de un malestar familiar que evidentemente existe. Pero como en la Ciudad de Dios, están estos Lula(s) con sus enormes expectativas de futuro: “todos le empujan para ser un criminal, pero él se convierte en un chico excelente”.
Mientras aquí, a quien tiene la responsabilidad sobre el menor y sigue pensando que no pueden cambiar, como dice la canción: “que la detengan, que es una mentirosa”.