La Ciudad de Dios fue galardonada en el Festival
de Nuevo Cine Latinoamericano de la
Habana con el premio Glauber Rocha que otorga la prensa
extranjera. Al elegir a la
Ciudad de Dios de Fernando Meirelles para el premio, fueron
valorados los méritos del filme inspirado en una novela de Paulo Lins, basado
en la investigación de una realidad violenta en Río de Janeiro.
Narra la vida de un chico demasiado sensible para ser criminal, a pesar del
ambiente de violencia que le rodea, y descubre que puede ver la realidad desde
un punto de vista diferente.
También se
tuvo en cuenta el dinámico ritmo de la narración cinematográfica, la fotografía y dirección de actores, que en su mayoría fueron
elegidos entre los habitantes de la propia favela. Pero el impacto que produce
la película radica en el problema de la marginalidad infantil y juvenil. La Ciudad de Dios trata esta realidad social con
autenticidad y un alto nivel artístico.
A
mi vuelta de la Habana,
ojeo los periódicos, y me llama la atención uno de los titulares: “vecinos de Espinardo viven atemorizados
por una banda de niños de 5 a
7 años”. Yo recuerdo la Ciudad de Dios y a su protagonista, a quien
todos empujaban para ser un criminal, pero él se convierte en un chico
excelente. La secretaria sectorial del Menor trae a mi memoria una peligrosa
ideología que ha tenido efectos graves en la historia reciente. Ella continua
hablando como hace cuarenta años, cuando
no existía ley del menor.
El cura
de Espinardo habla de los daños que los niños de 5 a 7 años producen en sus
locales “con los cristales rotos”, y
algunos feligreses abandonan el barrio
para vivir tranquilos. El comportamiento de estos niños que
están en boca de todos, sólo puede explicarse a través de una patología social.
Los niños de 5 a
7 años de un barrio de Espinardo y los adolescentes de los demás barrios, se
han convertido en un tema de urgencia. Mientras tanto, los padres, los educadores y el cura del pueblo están
fuera de juego.
Tal vez muchos
sigan empeñados en culparles porque tienen un comportamiento anormal o
patológico, cuando ellos son las víctimas de un malestar social y de un
malestar familiar que evidentemente existe.
Pero como en la Ciudad de Dios, nosotros recordamos Brasil
y las
enormes expectativas de futuro: “todos
le empujan para ser un criminal, pero él se convierte en un chico excelente”.
Mientras aquí, a quien tiene la
responsabilidad sobre el menor: “que la
detengan, que es una mentirosa”.