miércoles, 14 de mayo de 2014


Próxima estación, Lisboa

Millones de personas pegadas al televisor. Yo también. El partido Bayern Múnich-Real Madrid  era impresionante y maravilloso. Pero el resultado no podía ser más triste para los germanos. Y nosotros necesitábamos aquellos goles para ir a Lisboa, y luego celebrar la victoria en Cibeles. Es una forma de sentirnos vivos, de vernos importantes por unos momentos, de enfrentarnos a la Merkel que nos hace la vida imposible, y escapar -al menos a nivel de fantasía-, de esta crisis galopante.

El fútbol espectáculo se convierte en un orgasmo colectivo que cumple la función de descargar frustraciones. La dueña de Europa seguirá siendo “mujer-mujer” -en palabras del ministro Gallardón- porque para ella siempre hay orgasmo, en los mercados y en el estadio.

El partido es una metáfora de la vida. Los jugadores  inician una acción, superan una barrera y otra…, y la acción fracasa. Han de empezar de nuevo una y otra vez, sin dejarse abatir por el fracaso. Es lo que la vida exige cada día. En el partido como en la vida, ninguno es un jugador aislado. Todos, necesitamos el pase justo. Y el campeón, es el que prepara la acción para los otros. A los que nos gusta el fútbol, -en mi caso sin ser fan de ningún equipo-, disfrutamos de ver la mejor estrategia para dominar, marear, seducir, derrotar..., siempre con buen juego, claro.

El Partido, -dejando a un lado los aspectos económicos que precisan una intervención de este gobierno que sólo se atreve con los débiles-, puede ser una fuente de enseñanza de habilidades y valores, para responder a los desafíos de la vida diaria. 
Nos vemos en  Lisboa,  tomando un Oporto,  y observando el fenómeno de masas desde  la Praça do  Rossio.