viernes, 10 de febrero de 2017

VIEJOS


No corren buenos tiempos para ser viejo. Y no me refiero sólo al tema de las pensiones y a la preocupación por la crisis económica, sino a las condiciones de vida. Los avances científicos han conseguido que ahora vivamos más años. Pero a veces en malas condiciones. 
 
La sociedad no está preparada para este aluvión de ancianos con frecuencia incapaces de valerse por sí mismos. Esta realidad nos ha cogido desprovistos de una red de servicios adecuada.

La familia que antes se hacía cargo de sus mayores, prácticamente ya no existe, lo cual quiere decir que nos encaminamos hacia una vejez solitaria, sin la presencia de cuidadores consanguíneos. Las residencias son escandalosamente insuficientes y los programas de intervención, cuando existen, adolecen de improvisación.
 
Y lo más grave:
Son todavía demasiados los que no miran a los ancianos, porque ni siquiera los ven. La mayoría de las personas viven de espaldas a los problemas de los viejos. Toda la familia, con frecuencia, se hace cómplice: al abuelo se le trata con una benevolencia irónica, hasta que se le convence para que ceda la  propiedad de sus bienes, precisamente cuando el hecho de  no tener dinero determina que la vejez pueda ser una etapa  condenada a la soledad y el abandono.  ¿Hay algo más triste que ser viejo y pobre?

Aquellos a los que aún no se les considera viejos tienen que darse cuenta de lo que les espera si dejan que las cosas sigan igual. 

Es urgente prepararse para el futuro. Yo reclamo la complicidad de los lectores para que la vejez deje de ser antesala de la muerte y se convierta en una etapa de la vida.