domingo, 7 de mayo de 2017



VIVIR EN EL ENGAÑO
Hace algún tiempo publiqué un artículo sobre la arrogancia y el desprecio por las opiniones de los demás que aqueja a quienes tienen poder. Precisamente, la crisis global financiera tuvo su origen en este síndrome. Hasta un análisis superficial de los líderes de algunos de los grandes bancos que se desmoronaron, o de los líderes políticos que intervinieron, pone de manifiesto que el engaño subyace a todo. Los bancos llevan varios años tasando inmuebles que saben que están absolutamente sobrevalorados. Aun así, a final de año presentan cuentas con beneficios desorbitados. El autoengaño es un mecanismo que ha sido seleccionado para servir al engaño e impedir su descubrimiento.
 
Por otro lado, el engaño es un síntoma de “inteligencia”. Consiste en engañarse para que las cosas sigan funcionando, y “si sucede lo peor, ya lo arreglaremos”. Este mecanismo psicológico actúa como tranquilizante, nos permite reducir la incertidumbre y nos brinda una ilusoria sensación de control. Pero al mismo tiempo genera disfunciones como la incapacidad para reconocer errores, objetivos poco realistas, necesidad de parecer perfecto, actividad compulsiva... La gente también sabe de su existencia, cuando dice: "a ese se le ha subido el cargo a la cabeza". Hay un desorden narcisista de la personalidad de cuyo espectro es posible que este síndrome forme parte. 

Algunos directivos se caracterizan precisamente por estos rasgos de torpeza emocional. Hacen de la mentira o el cinismo una herramienta, tienen una equivocada noción de sí mismos, y su gestión está contaminada por la necesidad de poder. Por el contrario, el gobernante competente está atento a los cambios de la realidad, evalúa continuamente sus conocimientos, se detiene a reflexionar si las metas que establece son realistas, y evita permanecer demasiado tiempo en el poder. 

Un aspecto relevante, por tanto, en la casuística psicológica es el fenómeno del autoengaño. Podríamos calificarlo de inocente, humorístico, perverso, piadoso, útil, y sobre todo inconsciente. Así, una persona afectada de adición al poder, ignora su temor a convertirse en ciudadano corriente.
Tras la conducta de lucha política, se esconde, con frecuencia, su obstinación de no aceptar el carácter obligatoriamente incierto de la vida.