VIVIR
EN EL ENGAÑO
Hace algún tiempo publiqué un artículo
sobre la arrogancia y el desprecio por las opiniones de los demás que aqueja a
quienes tienen poder. Precisamente, la crisis global financiera tuvo su
origen en este síndrome. Hasta un análisis superficial de los líderes de
algunos de los grandes bancos que se desmoronaron, o de los líderes políticos
que intervinieron, pone de manifiesto que el engaño subyace a todo. Los bancos
llevan varios años tasando inmuebles que saben que están absolutamente
sobrevalorados. Aun así, a final de año presentan cuentas con beneficios
desorbitados. El autoengaño es un mecanismo que ha sido seleccionado para
servir al engaño e impedir su descubrimiento.
Por otro lado, el engaño es un síntoma de “inteligencia”.
Consiste en engañarse para que las cosas sigan funcionando, y “si sucede lo
peor, ya lo arreglaremos”. Este mecanismo psicológico actúa como
tranquilizante, nos permite reducir la incertidumbre y nos brinda una ilusoria
sensación de control. Pero al mismo tiempo genera disfunciones como la
incapacidad para reconocer errores, objetivos poco realistas, necesidad de
parecer perfecto, actividad compulsiva... La gente también sabe de su
existencia, cuando dice: "a ese se le ha subido el cargo a la cabeza".
Hay un desorden narcisista de la personalidad de cuyo espectro es posible que
este síndrome forme parte.
Algunos directivos se caracterizan
precisamente por estos rasgos de torpeza emocional. Hacen de la mentira o el
cinismo una herramienta, tienen una equivocada noción de sí mismos, y su
gestión está contaminada por la necesidad de poder. Por el contrario, el gobernante
competente está atento a los cambios de la realidad, evalúa continuamente sus
conocimientos, se detiene a reflexionar si las metas que establece son
realistas, y evita permanecer demasiado tiempo en el poder.
Un aspecto relevante, por tanto, en la
casuística psicológica es el fenómeno del autoengaño. Podríamos calificarlo de
inocente, humorístico, perverso, piadoso, útil, y sobre todo inconsciente. Así,
una persona afectada de adición al poder, ignora su temor a convertirse en
ciudadano corriente.
Tras la conducta de lucha política, se
esconde, con frecuencia, su obstinación de no aceptar el carácter
obligatoriamente incierto de la vida.