miércoles, 13 de abril de 2011

LA TIERRA ES NUESTRA



El urbanismo está fuera de control. Estamos instalados en un modelo de crecimiento tan insostenible como irresponsable: el tráfico de influencias, la utilización ilícita de información privilegiada para especular, la falta de transparencia, la confusión entre lo público y lo privado; y en definitiva la corrupción, hacen que se promuevan actuaciones de urbanización masivas. Muchos ayuntamientos, sin distinción de color político, presentan iniciativas al margen de su propio Plan General de Ordenación Urbana, desencadenando un proceso irreversible de incalculables consecuencias.

No corren buenos tiempos para ser político. Nos alejamos cada vez más del código de buenas prácticas en el gobierno del territorio, y estamos adentrándonos en el terreno intransitable de la mala política. Son los acuerdos llevados a cabo en conversaciones privadas entre promotores y representantes políticos, -legitimados a posteriori-, los que modifican sustancialmente los usos del suelo en muchos municipios.

Pero, ¿de quién es el territorio? La tierra ya no es del que la trabaja o vive en ella. No, no; es de los alcaldes, que son capaces de hacer que esas piedras se conviertan en pan. Hay regidores que consideran el territorio no como un referente de identidad y de cultura específica de esa población, sino como activo financiero y como recurso explotable. Y consecuentemente, “cada uno con lo suyo hace lo que quiere”; o más finamente dicho: el ius utendi et abutendi de los romanos. Algunos en pocos años, se han hecho de oro.

Yo habría jurado que este milagro de transformar la tierra en oro, era falso; hasta que el otro día, en una reunión de amigos, salió a relucir el tema y comprobé que lo sabían todo: acuerdos, sociedades, cajas fuertes, arquitectos, y hasta un cura, ¡mira por donde!, que bendice las nuevas mansiones, una vez consumado el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces; nunca mejor dicho si el prodigio tiene lugar junto al Mar. Recalificar, viene a ser, en algunos casos, lo mismo que confiscar; llevándose por delante todo nuestro patrimonio natural.

He conocido de cerca la situación de los indios en América Latina, y fui testigo de cómo poderosos regidores, arrojaban a los indios de sus tierras porque “las hemos comprado; y aquí están las escrituras”. No eran murcianos, sino estadounidenses, canadienses, brasileros o europeos; pero con un mismo objetivo: dominar la tierra. Los habitantes de muchos poblados se resistieron:

-La tierra es nuestra. Aquí vivieron nuestros padres y nuestros abuelos...

-No tenéis escrituras de propiedad. Nosotros hemos comprado la tierra…, decían estos bienhechores.

-Pero ¡si la Madre Tierra no se puede comprar...!

¡Qué visión tan Superior tienen los indios de la Naturaleza! Para ellos la tierra es sagrada; y quien la maltrata no es buena persona. Ahora el patrimonio natural de los indios, ya es una factoría de hacer dinero. Las empresas extranjeras se incautaron del territorio, mientras los indios, ya sin tierra, viven hacinados en inmensos cinturones de miseria que rodean las ciudades.

Pienso que el tiempo también es un territorio. A cierta edad, el tiempo que te queda por vivir es tu único patrimonio. Yo me rebelo contra la gestión de estos jinetes del Apocalipsis que mercadean con los espacios naturales. La madre tierra no se vende.