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Pero los problemas que deja lo ocurrido exceden lo material. Las secuelas psicológicas perduran, y pueden ser graves y hasta crónicas. En esta catástrofe hemos observado conductas adecuadas, lo que ha permitido luchar contra la propagación del peligro o de los rumores; y al mismo tiempo se han podido organizar de forma racional los recursos ¡Por una vez, parece que las administraciones se han coordinado! Ahora es necesario ofrecer a los vecinos de Lorca, un servicio de ayuda que evite la estigmatización como víctimas o enfermos. En este sentido es importante:
-Apoyo y escucha. Una actitud de acogida y apoyo es fundamental para los afectados.
-Ayudar a afrontar lo sucedido. Se debe ayudar a comprender esa experiencia, de forma que les permita restaurar la sensación de control sobre el medio.
-Comprender las reacciones emocionales. Que entiendan que las reacciones emocionales fuertes que han vivido son las habituales en estos casos.
-Normalizar las reacciones físicas: falta de sueño, palpitaciones, tensión muscular, dolores de cabeza…
-Valorar los cambios de relaciones sociales. Ayudarles a identificar los cambios en las relaciones familiares y sociales. Hay que tener en cuenta que a partir de ahora el pueblo de Lorca ya no será el mismo, aparecerá asociado para siempre al terremoto.
-Es bueno hablar sobre lo ocurrido, en una primera fase. Pero, pasado un tiempo, (máximo seis meses,) conviene centrar la atención en el futuro y en imágenes positivas. Las reacciones vienen mediatizadas por las imágenes. Además, se ha podido comprobar que las personas que rumiaban o pensaban más repetidamente sobre su estado de ánimo después de un terremoto, mostraban con más frecuencia depresiones.
Por otro lado, no podemos olvidar que ha habido muertos. Y esto incrementa ostensiblemente la sensación de impotencia, y puede disparar el pánico en similares circunstancias en un futuro. La muerte, expulsada sistemáticamente de la sociedad, nos entra por la ventana. En el terremoto de Lorca no cabe mayor sorpresa. Ella estaba ahí, segura, amenazante, -nueve son pocos-; y nosotros sólo valemos lo que acertamos a robarle. Como esa madre que salvó a sus dos niños, mientras ella quedaba entre escombros. Esto me emociona. Permítame el lector que exprese una convicción: nuestra única defensa contra la Muerte es el Amor.
Pero el problema más grave no son los muertos, sino los vivos, la posibilidad de encontrar fuerzas para seguir viviendo. Un porcentaje alto de afectados pueden convertirse en casos clínicos, debido a trastornos del estado de ánimo, síndromes de estrés postraumático y demás alteraciones asociadas al estrés.
Los profesionales de la salud, tenemos que realizar un trabajo, difícil e inabarcable, imposible hasta el momento, y es ayudar a la gente a prevenir los problemas de salud en unos casos, y a superar el duelo por la muerte, en otros. Esta es la urgencia más importante que hay. Más incluso que reparar los edificios dañados.
Mientras tanto, aunque la regla hoy en casi todo Occidente es que el dolor por la muerte nunca ha de manifestarse en público, mucho me temo que a más de uno se nos escape una lágrima. Esta experiencia trágica que estamos atravesando, nos pone a las puertas del silencio, porque la vida siempre es un espectáculo apasionante.
José Buendía. Profesor de Psicopatología.