No sé si el inglés de Carme Chacón es tan fluido como
el de la Alcadesa de Madrid. Sí sé que ambas han llegado más lejos de lo que
razonablemente cabía esperar. Pero no hay color, mientras Botella nos ofrece “café
con leche” en inglés, Chacón aspira a presidir
el Partido Socialista, y el Gobierno de la nación, en castellano. “Con billete de ida y vuelta”, ha declarado.
Es decir que volverá para las primarias, y por supuesto estará aquí para las “secundarias”.
Lo primero remover a Rubalcaba.
No se dice si las clases de Miami, las dará en inglés, en castellano o en
catalán. No es un tema baladí. Si en
catalán, yo iría, siempre que algún rector “emprendedor” me apadrine como
alumno. Me encanta esa lengua. Oír catalán y sobre todo hablarlo, me produce
una emoción voluptuosa y sensual poco corriente. No me extraña, por tanto, la
complacencia y el gozo de algún político
murciano, arrobado mientras escuchaba a la ex-ministra catalana hace algún
tiempo, con motivo de su visita a Cartagena. Imagino sus sensaciones como
algo muy cercano a la experiencia orgásmica, pero interrumpida permanentemente
por los aplausos “del público que
quería escucharla”. Esta es la grandeza y la debilidad de los políticos:
la aparición de un deseo exprés, pero interrumpido por múltiples asechanzas, desiderium interruptum. Y además, su
disfrute suele estar contaminado por la
ambición desmedida de poder.
Pero en este momento, los políticos producen displacer, la Chacón
también. La capacidad orgásmica de un político, se manifiesta en el poder que
da el cargo, y ahora son muchos los que están a la intemperie, despojados del
deleite que origina el sillón. Otra cosa
muy distinta es la gozada del catalán, efecto que no ocurre en castellano.
Durante mis años de estudiante en Barcelona pude experimentarlo en exceso. Fui
testigo -en catalán por supuesto- de los más largos besos, y los más bellos
espasmos de los jóvenes de entonces. Ahora, por más que me esfuerzo, -escucho, miro y
remiro a la ex-ministra-, no siento nada.