sábado, 29 de septiembre de 2018


“Yo y los Perros”


Escribo sobre el lamentable episodio donde perdí "la izquierda".  Me refiero a la parte izquierda de mi cuerpo que quedó herida y mal herida. Fueron testigos unos afables y graciosos perros -que alguien abandonó- y que yo tengo semi-adoptados. Desde hace tres meses acuden al Cortijo pidiendo alimentación y afecto. Ahora, quiero que comparezcan en calidad de testigos, porque así no pueden mentir; y que cuenten lo que pasó en realidad. Sé por el pastor que andan buscándome desde entonces y su estado de ánimo no es bueno.

Eran las cinco y media de la tarde  cuando  “yo y los perros” iniciábamos una carrera de velocidad en el paraje Cortijo Blanco del Valle de Guadalentín. Se trataba de correr 400 metros lisos, al son de las perdices que cantaban muy cerca. Yo, un hombre ingenuo de edad provecta, y ellos sin cumplir todavía los cuatro meses,  éramos los únicos competidores de tan singular carrera.

El terreno era relativamente llano, con algunas motas, y una vieja boquera de origen árabe. Antes de los cien metros, se acabó todo. Las imágenes que tengo son confusas: no hubo ningún tropiezo, ni resbalón, ni obstáculo que impidiese avanzar. Como si las piernas se hubiesen quedado muy atrás, sólo tenía conciencia de medio cuerpo tirado en el suelo, que intentaba incorporarse sin conseguirlo; y unos perros a mi derecha, esperando a su “amo” (¿se dice así). Ni idea de cómo se produjo el accidente. Estaba anocheciendo y no había nadie que prestara auxilio. Media hora, tres cuartos de hora, una hora…, no acierto a precisar el tiempo. Tenía heridas en la pierna izquierda, en la parte izquierda de la cara, en el ojo izquierdo, y una grave y dolorosa fractura de la cabeza del húmero izquierdo, como después pudo comprobarse. Fue un joven desempleado (¡qué cosas!) quien me llevó al hospital. Ahora estoy recibiendo abundantes cuidados de  quienes me quieren en exceso. Pero “mi izquierda” no funciona, y  apoyarme en la derecha, constituye un problema. Nunca fui de derechas.

Los perros, que viven en su habitad natural y vienen al cortijo a comer y a jugar, estuvieron conmigo todo el tiempo, a pesar de estar de noche. Cuando pude ponerme en pié, me acompañaron para pedir ayuda.

Hoy, día nublado y largo  de septiembre, meditaba yo en esos  accidentes de la vida, de los que siempre aprendí. Saludaba a mi destino por tanta y tanta treta, cuando de repente recordé los 400 metros lisos que aún quedan por correr.