lunes, 16 de abril de 2012

EN EL LIMBO

Nunca consigo ser de los nuestros. Llevaba razón mi abuelo: “si te significas mucho, al final te quedas sólo”. Karol Wojtyla, de convicciones firmes y poco amante de las dudas, decidió nombrar una comisión teológica con el fin de determinar si existe el Limbo. Ahora, a la vista de las conclusiones, el Vaticano quiere suprimirlo. No me parece bien ¿Dónde se ubicarán sus inquilinos?

De los pocos lugares decentes que hay en el Universo, uno es el Limbo. Está lleno de criaturas inocentes: niños muertos antes de ser bautizados (limbus parvulorum); ancianos con demencia juvenil (limbus infirmorum); y sobre todo seres humanos irresponsables o inconscientes (limbus delinquentium). El limbo es el lugar con la mayor densidad de población del mundo. Estamos hablando, por tanto, de un lugar preciso, imprescindible y serio.

No es un tema baladí el que les traigo hoy. Si Benedicto16, “como dios manda”, disuelve el Limbo, la nueva situación puede tener efectos gravísimos para la sociedad, y muy especialmente para los responsables del Urbanismo.

Desconcertado y confuso, necesito, de forma apremiante, la palabra afable y sabia de Ratzinger, para cambiar mis heterodoxos planteamientos. Mientras tanto, no tengo más remedio que decir lo que me dicta la conciencia: El Limbo existe. Puedo aportar incluso, llegado el caso, pruebas evidentes e irrefutables. Sin ir más lejos, el Rey Juan Carlos está en el Limbo. Por su condición de Rey, tuvo la suerte de experimentar la “gloria”. Después vino el “infierno”, pero afortunadamente no se “quemó”. Ha sido ahora cuando ha conocido el “limbo”. Toda una experiencia psicodélica. Tuvo la desgracia de viajar a Botswana pero “inocentemente”; de ahí su salvoconducto para ir a una morada donde no te reconocen mérito pero tampoco culpa.

Comprenderán que no vamos a consentir ahora que se suprima el “limbo”, aún admitiendo que es ilegal su existencia. Pero nuestro Rey no está sólo; comparte estancia con un grupo numeroso de cazadores y varios políticos. Tienen prohibido hablar para evitar placer o pena.

Yo, rendido ante el poder, abomino de ideas heterodoxas, y me adhiero al discurso único con emoción. Ha caído un Elefante. Me voy al Limbo.