domingo, 19 de junio de 2011

El Poder de un Sillón


Esto del sillón del poder es una expresión ya en desuso. Pero hay que reconocer que el sillón está íntimamente asociado al poder. En la Psicología Analítica se dice que si sueñas con un sillón es que deseas tener acceso a personas importantes; Freud, hoy denostado en la academia con minúscula, elevó el material onírico, que hasta entonces era cosa de videntes y adivinos, a la categoría de material científico tras larga y rigurosa interpretación.

El sillón del poder es tan erótico que son muchos quienes se entregan en sus brazos, como si en ello les fuera la vida. Los principales políticos del panorama nacional e internacional están volcados y deseosos de tener cada vez un sillón más importante, hasta el punto de que cuando tienen que dejar el sillón lloran como niños. Un día vi llorar al presidente Clinton, y les confieso que impresiona. También lo hizo Helmut Kolh. Anteriormente yo ya había visto llorar a Franco, al entonces ministro de la gobernación, Fraga Iribarne y al presidente Arias Navarro. Y hace unos meses lo hizo José-María Aznar ¡Qué tendrá el sillón del poder que es capaz de conmover hasta estos extremos. ¡Qué historias tan llenas de ternura!

En la Universidad ocurre lo mismo: el sillón más grande y elevado, el que suscita más erotismo es el del Rector, y es importante que la persona que lo ocupa sea capaz de llenarlo como ocurrió con Villapalos o con Peces Barba, no así con mi ex-alumno Rodríguez Marín rector de la de Elche, a quien el sillón le viene grande.

Después están los Decanos y directores de Departamento, también celosos ocupantes de un sillón; y no vean lo que cuesta desalojar a algunos de su sede. Hace algún tiempo se llevó a cabo la remoción de una decana, eso sí con “estilo universitario”, que quiere decir sin que se sepa, sin que se note, concediendo galardones si es preciso... Y fueron muchas las “lágrimas” que se derramaron como expresión de un amor, de una pasión hacia el sillón.

Y en cuanto a los directores de departamento, todavía no he asistido al abandono de un solo sillón, si no es para ocupar otro aún más elevado. Hay directores que ocupan el sillón prácticamente de forma vitalicia. En mi departamento, al que llamamos de forma coloquial “La Petra, hay también un eterno director, habilidoso donde los haya, que se las ingenia para promover la confrontación entre los grupos como forma de perpetuarse. Ya son cinco mandatos los que se ha echado al cuerpo, y no parece “quemado”, sobre todo ahora que se ha comprado un nuevo sillón estilo “ejecutivo-agresivo”. Este sillón debe valer un huevo, y tiene fuertes efectos colaterales para la exigua partida presupuestaria departamental, dado que se trata de un sillón con todos sus “complementos”.

Los profesores universitarios también tenemos un sillón, de inferior categoría pero sillón a fin de cuentas. A los becarios les corresponde una silla, y en el caso de los alumnos internos un pupitre o taburete. Así es y “así debe ser” para que todo sea funcional.

Pero he aquí que la Petra, madre hacendosa, todo lo aprovecha; y el sillón desechado por su director, abandonado en un cuarto trastero, sucio y mugriento ha sido asignado, –como si de una reliquia se tratara-, al profesor más antiguo y con más tramos, y que más lo necesita. Este profesor, casualidades de la vida, se encontraba ya tres meses sin un sillón (por inhabilitación del anterior) a pesar de sus reiteradas demandas; y el sillón que fue del “poder”, aunque estemos hablando en este caso de un poder mezquino, mediocre y ruin, se ha convertido en la solución.

Claro que al parecer, el “veterano” profesor no ha querido todavía sentarse en él, tal vez por aquello de no contaminarse de esa adicción al poder, y más cuando tantas decisiones de dudosa legitimidad se han tomado desde “el sillón de la Petra”. Este hombre no quiere ningún sillón, y creo que está en su derecho, prefiere trabajar peripatéticamente o desde una silla-taburete que es con lo que cuenta ahora, antes que arrodillarse ante “el sillón del poder”.

Un alumno que observó la situación, le escribió a este profesor: "Recuerde que las cosas verdaderamente importantes, y que por ello han quedado marcadas en la historia, se han dicho de pié, no desde ningún sillón por importante que este fuese”. ¡Oye, pues es verdad!

Publicado en Tribuna del diario EL MUNDO