viernes, 8 de julio de 2011

EL OBISPO DE LOS "MARICONES"

Suena fuerte, lo sé, pero sólo pretendo contribuir a que nunca más se use este término para insultar. Una condición que no hace muchos años era razón suficiente para ir a Comisaría, y después pasar a estar entre rejas, se ha convertido en orgullo, en envidia de casados, divorciados, y todos los recelosos del matrimonio cristiano ¡Qué tendrá el agua cuando la bendicen! Pero de pronto surge un obispo que “cura” esta tendencia “desordenada”. Se llama Juan Antonio Reig Pla.

¡Juan Antonio, hijo!, he visto la guía que habéis sacado para curar la homosexualidad y me he quedado de piedra. Nunca pensé que te apuntaras a la “caza del homosexual”. Estoy de acuerdo con tu preocupación por el futuro de los niños, y que para ello sea necesario “un padre y una madre”. Pero no siempre es posible. Sin ir más lejos tú y yo, -todavía niños-, vamos por la vida sin padre y sin madre, y, claro, podemos decir estupideces. Aunque, si lo pienso bien, tú sí tienes padre, con mayúscula esta vez. Como obispo, -de Alcalá de Henares, y anteriormente de Cartagena-, has contado siempre con la clarividencia que da el cargo. Pero esta vez no has estado fino ¿Cómo te metes con los homosexuales, precisamente en el día del “Orgullo Gay”. Ya sé, ya sé, que lo haces por su bien; “con respeto, compasión y delicadeza”, dices en la guía. Pero adviertes que “ni los inmorales, ni los adúlteros, ni los afeminados…, heredarán el Reino de Dios”. Y te apoyas en Pablo de Tarso ¡Así cualquiera!
Hace unos días ya había leído yo en la prensa de Galicia, a un colega tuyo, y me quedé estupefacto ¿Es cierto que curáis homosexuales?, ¿con descargas eléctricas? Pues tendréis mucho trabajo, porque somos cantidad”. Precisamente en mi visita a Vigo, me comentaron algunos colegas un caso tremendo y al mismo tiempo festivo: un homosexual, ante los resultados negativos de las “corrientes” que le estaban aplicando para cambiar de tendencia, le había dicho a su psiquiatra: “¿Sabe doctor que le digo? Prefiero ser maricón”. Nos reímos todos de la reacción de este joven inteligente e ingenioso, que en adelante no podrá contar con la bendición de los obispos.

Pero de Juan Antonio, -que estudió lo justito-, puedo decir mucho y bueno; nadie negará que se trata de un hombre de buen corazón. Precisamente tuvo problemas por llevar su bondad a la Universidad Católica, la UCAM del “Cardenal” Mendoza, -¡tan necesitada de padre y de madre!-; y ha tenido que soportar ciertas sonrisas irónicas cuando en cualquier sobremesa oía que le llamaban alma blanca o simplemente ingenuo; y esto le lleva a plantearse la siguiente cuestión: ¿arrastraré algún trauma infantil debido a un mal destete? Como si de una cruzada se tratara, el bueno de Juan Antonio defiende esperanza para el homosexual”, con tal de recibir tratamiento.

Pero considerar la homosexualidad como una enfermedad es fruto de la ignorancia; y quienes hablan todavía de “curar la homosexualidad” se sitúan fuera de la ciencia. La homosexualidad ya hace tiempo que fue calificada como algo normal por la Organización Mundial de la Salud. No deberían, por tanto, desempeñar funciones educativas o sanitarias los homófobos.

Cada día que pasa, la riña por la sexualidad ilumina con más claridad el pozo negro de nuestra ignorancia. Estamos ya siendo grabados, escuchados y juzgados por quienes nos siguen día y noche para recoger nuestras huellas, cuando amamos a alguien.

José Buendía. Profesor de Psicopatología