sábado, 12 de diciembre de 2009

LA RAZÓN DE LA SIN RAZÓN

El primer día pensé que era un sueño; el segundo y el tercero no me resignaba; el cuarto me fui haciendo a la idea; el quinto no podía creerlo; y hoy es una gozada, pero no lo entiendo. Así he descrito mi experiencia como testigo del expolio del yacimiento árabe de San Esteban. Por mi relación con jóvenes disidentes de la Cultura Regional, estuve desde el principio enganchado a las actuaciones de la Plataforma para la defensa del patrimonio histórico.

Que ¿quiénes son los culpables del atentado a la cultura, y qué es lo que quieren? Yo no lo tengo claro, ni siquiera deseo saberlo. Hablan de una Generala que no es militar, de un alcalde que no está ni se le espera, y de un presidente en desacuerdo con ese regidor, pero que guarda un silencio obsequioso.

“Es política nada más”, dice Verónica. “Millones de euros buscan en las excavaciones”, comenta un escritor. Por si faltaba dramatismo, rabia o desprecio a lo que Verónica llama “política nada más”, alguien hace una pintada en el lugar de los hechos: “La Plataforma sois unos desocupados”. Después, otro la corrige: “Gracias Pepé”.

Hoy, diez de diciembre, todo se precipita. Una joven jueza escucha el grito de la gente, y hace lo que ningún otro juez se hubiese atrevido nunca, probablemente: ordena parar las obras que se están llevando a cabo para el aparcamiento en el yacimiento árabe. ¡Joven y mujer!, mis dos grandes debilidades.

Después, ya saben: enhorabuenas, abrazos, fiesta…, y un político de la tierra, -el mejor político que he visto por estos lares, si por política se entiende el arte de convertir el problema en votos-, que desde Bonn aplaude a la jueza y califica más tarde de “héroes” a ciudadanos anónimos, que impidieron los bombardeos de la generala y el regidor.

Sólo quiero silencio; no me contéis más cuentos. Ya no escucho la radio, no veo televisión, ni leo los periódicos. Lo que estoy viviendo es una experiencia vuelta al revés. Alguien se ha vuelto loco; pero ¿y si fuéramos todos locos?, entonces ya no es locura, me dice el psicoanalista. Una locura cualquiera, deja de serlo en cuanto se hace colectiva. Está loco el que está sólo. Y este es mi caso.

Pero si salgo a la calle, o cojo el teléfono, siempre hay algún “benefactor” que me habla sobre el tema. En fin, que también formo parte de esa locura, que ya no lo es, por ser colectiva. Ahora, libre de prejuicios, entro al trapo de nuevo: hablo, escribo y me hago preguntas: ¿Es responsable el gobierno regional del “intento” de expolio? ¿Es cierto que el discurso del PP no es uniforme, y Valcárcel y Cámara no se llevan? ¿Cómo es posible que se someta a los ciudadanos a una prueba de heroísmo de tal envergadura cuando, según dice el presidente, ya se había tomado la decisión de parar las obras veinte días antes? ¿Los agentes del cambio sobre San Esteban son populares, libertarios, agentes de Zp, independentistas, utópicos? Y los políticos ¿son ingenuos, incompetentes o mentirosos? Empiezo a sentirme mal.

Busco “bibliografía”, entro en Internet, consulto la prensa, leo a Angel Montiel, y finalmente veo Canal 7. A las cinco sesiones de este tratamiento conductual, “eureka”, ya lo tengo: “Todo fue una mala interpretación”. Quienes han liberado del expolio al yacimiento árabe, no ha sido el movimiento ciudadano, no. Ha sido la Generala, el alcalde Cámara, el Consejero Cruz, el presidente Valcárcel, el partido popular, la universidad de Murcia y algunos políticos de la oposición. Y que nadie interprete estas palabras como una invitación al cachondeo, más bien se trata de lo contrario. Es una forma de traer cordura y sosiego, y sobre todo orden.

Después, buscando mayor rigor, he hablado con bomberos, jueces, policías y taxistas. La ciudad de Murcia está triste; toda en obras, no sólo San Esteban; han instalado semáforos en las cloacas, una multitud de camiones con escombros patinan sobre las calles llenas de baba de los políticos, y un olor a humo se filtra por debajo de las puertas.

Cualquiera que sea la razón de la sin razón de esos mandatarios "victoriosos", estamos pasando por una metamorfosis; la farsa y la tragedia ocupan el escenario al mismo tiempo. A estas alturas, sigo sin saber quién es el culpable del expolio. Puede ser cualquiera; tal es la confusión en que nos han metido. ¡Si al menos se callaran los políticos!

De vuelta a casa he visto lo más curioso y alucinante: la rabia de un presunto regidor, hoy travestido en hombre de negocios, llamando “cobarde” a quien no entra en la almadraba para pescar atunes del mar menor.

El primer día pensé que todo era un sueño; el segundo y el tercero no me resignaba; el cuarto me fui haciendo a la idea; el quinto no podía creerlo; y hoy es una gozada.