“El
primer día pensé que era una broma, el segundo y el tercero no me lo creía; el
cuarto me fui haciendo a la idea; y hoy es imposible aceptarlo”. Así anotaba yo la experiencia, a los cinco
días de recibir la propuesta del
entonces profesor Ángel González, para ocupar la dirección de la
Cárcel. Se trataba de un amigo al que era difícil decir que no, porque hasta se
enfadaba; era hombre noble pero de fuerte temperamento. Acababa de tomar
posesión de la Delegación del Gobierno,
y quería tener cerca algunos amigos. Le
gustaba la política tanto o más que la vida académica. A mí también, pero con
una diferencia: él era hombre de partido, disciplinado como conviene al
desempeño de un puesto de gobierno; yo
libertario capaz de plantar cara al lucero del alba. “Gracias Ángel”,
decía el correo que le envié, “cuenta con mi apoyo, pero no me considero capaz de desempeñar el cargo…”
Más
adelante, volvía a la carga, y me reprochaba no haber rentabilizado la
actividad social llevada a cabo durante mis años mozos. “Es un error que no
hayas utilizado lo del Tribunal de Orden Público. Ser juzgado por el TOP,
por defender las libertades, te hubiera
abierto posibilidades en la vida política…” ¡Cariño de amigo!, pero ni sirvo,
ni puedo, ni quiero. Y seguimos en
contacto un día sí y otro también, hasta que se fue. El tiempo ha pasado y se
ha detenido al mismo tiempo. Permanecen aún los instantes de risa, las
confidencias sobre los mandatarios regionales, -“gigantes” con pies de barro-, y
la experiencia inolvidable de compartir. Una amistad de calidad es un tesoro
transparente y único, sin el cual la vida sería menos segura y menos divertida.
Ángel González era mi amigo, en los buenos y en los malos momentos.
Hoy,
este profesor atípico, político ingenuo, y buena persona, recobra el protagonismo
porque la Universidad de Murcia ha
decidido dedicarle un Aula en el Campus de Espinardo, y un grupo de amigos presentan
el libro escrito en su honor. El miércoles 16 de Enero, el Rector José Antonio
Cobacho va a presidir este sencillo acto, después de sortear la discrepancia de algunos académicos. Por mi parte, todo converge
en recordar que perdí un amigo como se pierde el tiempo, porque estaba de dios.
Hoy,
me pregunto si es adecuado que se dediquen a la política personas que ponen en
primer término la ética y la estética. He hablado con profesores, empresarios,
jueces, policías y taxistas; también con alcaldes, -alguno de ellos imputado-,
y coinciden en afirmar que es necesario un blindaje psicológico, hecho de
frivolidad y autoengaño, para resistir la vida política. Mi amigo era de otra
clase ¿Es cierto que le traicionaron algunos de los que hoy le elogian? Me
contaba, una vez dimitido de su cargo días antes de ser hospitalizado, la doble
moral de compañeros de viaje. A cuestas
con el cáncer, evocaba que en la Administración pública, uno se acomoda a la
presencia constante de trepas, y a los amigos que uno sabe que no lo son.
La
ciudad de Murcia ahora está triste, al menos así la veo yo. Han instalado
semáforos en las cloacas, y una multitud de ciudadanos desahuciados y en paro, tienen
que patinar sobre las calles llenas de baba de los políticos. Mientras tanto, un grupo de profesores anuncian, otra vez entre
el Claustro y la Palestra, que es posible un nuevo porvenir.