lunes, 14 de enero de 2013

  ENTRE EL CLAUSTRO Y LA PALESTRA 

“El primer día pensé que era una broma, el segundo y el tercero no me lo creía; el cuarto me fui haciendo a la idea; y hoy es imposible aceptarlo”.  Así anotaba yo la experiencia, a los cinco días de recibir  la propuesta del entonces profesor Ángel  González, para ocupar la dirección de la Cárcel. Se trataba de un amigo al que era difícil decir que no, porque hasta se enfadaba; era hombre noble pero de fuerte temperamento. Acababa de tomar posesión de la  Delegación del Gobierno, y quería tener cerca  algunos amigos. Le gustaba la política tanto o más que la vida académica. A mí también, pero con una diferencia: él era hombre de partido, disciplinado como conviene al desempeño de un puesto de gobierno; yo  libertario capaz de plantar cara al lucero del alba. “Gracias Ángel”, decía el correo que le envié, “cuenta con mi apoyo, pero no me considero  capaz de desempeñar el cargo…”

Más adelante, volvía a la carga, y me reprochaba no haber rentabilizado la actividad social llevada a cabo durante mis años mozos. “Es un error que no hayas utilizado lo del Tribunal de Orden Público. Ser juzgado por el TOP, por  defender las libertades, te hubiera abierto posibilidades en la vida política…” ¡Cariño de amigo!, pero ni sirvo, ni puedo, ni quiero. Y  seguimos en contacto un día sí y otro también, hasta que se fue. El tiempo ha pasado y se ha detenido al mismo tiempo. Permanecen aún los instantes de risa, las confidencias sobre los mandatarios regionales, -“gigantes” con pies de barro-, y la experiencia inolvidable de compartir. Una amistad de calidad es un tesoro transparente y único, sin el cual la vida sería menos segura y menos divertida. Ángel González era mi amigo, en los buenos y en los malos momentos.

Hoy, este profesor atípico, político ingenuo, y buena persona, recobra el protagonismo porque la Universidad de Murcia ha decidido dedicarle un Aula en el Campus de Espinardo, y un grupo de amigos presentan el libro escrito en su honor. El miércoles 16 de Enero, el Rector José Antonio Cobacho va a presidir este sencillo acto, después de sortear la discrepancia  de algunos académicos. Por mi parte, todo converge en recordar que perdí un amigo como se pierde el tiempo, porque estaba de dios.

Hoy, me pregunto si es adecuado que se dediquen a la política personas que ponen en primer término la ética y la estética. He hablado con profesores, empresarios, jueces, policías y taxistas; también con alcaldes, -alguno de ellos imputado-, y coinciden en afirmar que es necesario un blindaje psicológico, hecho de frivolidad y autoengaño, para resistir la vida política. Mi amigo era de otra clase ¿Es cierto que le traicionaron algunos de los que hoy le elogian? Me contaba, una vez dimitido de su cargo días antes de ser hospitalizado, la doble moral de  compañeros de viaje. A cuestas con el cáncer, evocaba que en la Administración pública, uno se acomoda a la presencia constante de trepas, y a los amigos que uno sabe que no lo son.

La ciudad de Murcia ahora está triste, al menos así la veo yo. Han instalado semáforos en las cloacas, y una multitud de ciudadanos desahuciados y en paro, tienen que patinar sobre las calles llenas de baba de los políticos. Mientras tanto,  un grupo de profesores anuncian, otra vez entre el Claustro y la Palestra, que es posible un nuevo porvenir.